Una vez que “salimos del closet”, salimos para todos,
incluso para nosotros mismos. No alcanza con que nuestros amigos menos
conservadores lo sepan. “Salir salir” es asumirse por completo; es reconocer,
de una vez por todas, que en un aspecto que aún es importante, como la
orientación sexual o la identidad de género, no satisficimos el deseo de
nuestros viejos (ni el nuestro) de cumplir con la normativa. Dijimos sabremos
cumplir muchas veces, no debería extrañarnos que nos lo hubiésemos terminado
creyendo.
Una vez afuera, empezamos a percibir un cambio en la manera
en la que construimos nuestra identidad: ya no es desde el exterior y hacia
adentro, ya no somos aquellos seres permeables y maleables. Algo del sí mismo
empieza a participar en esa construcción. Aparecen los límites y desaparecen
las crisis de pánico. Y el entorno lentamente pareciera irse modificando, si
bien, lo cierto es que al principio se modifica exclusivamente ante nuestra
presencia y, recién más tarde, echa unas raíces que ya no responden solo a esa circunstancia.
No quiero volverme críptica; para variar, estoy intentando
hablar simple y claramente. Qué mejor, entonces, que usar ejemplos concretos,
pese a quien le pese. En la ciudad de donde vengo, históricamente al nombre de
los homosexuales, o de quienes se supone que lo son según diversas y curiosas
fuentes, le precede el adjetivo “puto”: el Puto José, el Puto Raúl, y así, a
menos que su apodo sea lo suficientemente sugerente, digamos, por ejemplo, “Chocolondo”.
El caso es que el día que “demostré lo contrario”/dije que no era heterosexual
presentando pruebas contundentes, los apodos y los adjetivos desaparecieron
ante mí. Pero no gradualmente, sino de la noche a la mañana. Mis
interlocutores, desde entonces, comenzaron a enfrentarse con frecuencia a la
situación, muy incómoda, sin dudas, de tener que especificarme a qué José o a
qué Raúl se referían sin colocar el término “puto” adelante, un verdadero
desafío ya que poco más sabían de la vida de aquellas personas como para
encontrar otros elementos descriptivos. “Ah, el Puto José”, remarcaba yo con deleite.
Este cambio abrupto sucedió a través de mí, y se fijó ANTE
(así, todo con mayúsculas) mi presencia. Me arriesgaría a decir que, en la
mayoría de los casos, apenas yo desaparecía, todo volvía a la normalidad. Tengo
que reconocer que saber esto me hacía sentir un tanto marginal, como el enfermo
de cáncer delante del cual se evitan ciertos temas siendo éste plenamente
consciente de que está recibiendo un trato
especial. Sin embargo, con el tiempo, algunas acciones y algunos comentarios pescados
del entorno me fueron dando a entender que a lo políticamente correcto se había
estado sumando una especie de consentimiento real, de reconocimiento. No el que yo quería, o el
que yo consideraba apropiado, pero sí uno que denotaba un movimiento simbólico hacia
el reconocimiento no solo de mí como sujeto aislado, sino de lo Humano de ese
aspecto de mi vida.
Siento mucha satisfacción cuando escucho a mi familia y amigos
consternados ante hechos que antes simplemente hubiesen dejado pasar, como que
le nieguen a un homosexual la posibilidad de donar sangre, o que se difame a
las nuevas trabajadoras trans con las que ahora algunos comparten oficina. El
hecho mismo de que hoy eso les haga ruido evidencia un movimiento quizás más
significativo de lo que podamos concebir. Aunque no desde la práctica, desde el
discurso vengo planteándome estos asuntos desde hace más de una década, siendo
que para muchas personas son verdaderas novedades que han aparecido tardíamente
en sus vidas.
El concepto de “micropolítica”, planteado por Michel
Foucault (el Puto Foucault) adquiere aquí un sentido práctico innegable.
Y sí, cada tanto ese optimismo se desmorona. A decir verdad,
gran parte del tiempo. La cosa no ha cambiado tanto a gran escala. Vivo en una
burbuja, lo tengo más que claro. Pero conservo por mi propio bien la idea de que
si todo aquel que en su interior se reconoce dentro de alguna de las tantas
formas de otredad que nos circundan (pienso específicamente en las referidas al
género y la identidad sexual, pero se puede extrapolar a muchos otros casos)
hiciera el ejercicio de “salir salir”, quizás el entorno de cada individualidad
tomaría contacto con el contiguo y eventualmente repercutiría en la normativa
general. Sí, tanto Gre Gre para decir que todavía no pierdo las esperanzas. Me
obligo a verlo de ese modo, ya que otras perspectivas pueden ser peligrosas.
Directamente no me las permito, porque de lo contrario dejaría de permitirme la
vida. Salú (salí).
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Fotograma de Carol, de Todd Haynes, 2016 (recomiendo, de paso) |